Manuel Acosta

Semblanza Manuel Acosta.

En un pueblo caribeño, al inicio de un otoño tropical, nació un 25 de septiembre de 1978, Manuel Emilio Acosta Quezada, cariñosamente Chucho. Fue su padre Eduviges, más conocido como Ciega, y Olga Yvelise su mamá.

Creció entre cocotales y maqueys, un poco aquí y un poco allá, entre Puerto y Plata y Baoba del Piñal, donde junto a sus abuelos, Doña Chita y Don Quezada, y rodeado de sus tíos, tuvo una vida normal. No una vida de abundancia, pero sí llena de amor y cuidados de su familia. La vida le regaló 4 Hermanos, a saber, Járolin, Gina, Dany y Yayi.

Más adelante, siguiendo los pasos de su madre, pasa a vivir en Puerto Rico, específicamente en la ciudad de Bayamón, donde años más tarde conocería a la mujer que sería su compañera de vida, la madre de sus hijos, Lucy. Coronando su relación en el invierno del año 2005, puntualmente el 30 de diciembre.

De su relación, 5 bellos retoños vieron la luz, cuatro hermosos varones, Damian, Uriel, Gabriel y David, y para adornar este ramillete la princesa Angelin.

No ocultaremos que en su existencia hubo momentos tormentosos, donde el enemigo de las almas quiso apoderarse de él, pero esto fue totalmente opacado por la alegría y jocosidad que caracterizaban su carácter, por el inmenso amor que dispensaba a su esposa, a sus hijos, a sus amigos y familiares. Disfrutaba de la pesca, experto y regueroso en la cocina, amante del buen comer y se esmeraba en agradar a los suyos en su cumpleaños y días especiales.

Desprendido en el sentido de lo material, un padre activo, un hijo y hermano especial. Pero sobre todo, un hombre que decidió ser un siervo del Señor, por el cual mostró un amor inmenso que nadie que estuvo en sus últimos días cerca de él, pudo dejar de percibir.

Por todo ello, agradecemos a nuestro padre Celestial, porque Manuel dejó, no solo un ejemplo de que Jehová es todopoderoso, que puede cambiar una vida de turbulencias por una vida a emular, sino que también dejó un legado, un compromiso y una misión para todos nosotros. El legado de que podemos disfrutar de los beneficios de vivir en los caminos del Señor aquí en la tierra, el compromiso de vivir en armonía y comunión con Dios para alcanzar la salvación y poder reunirnos en un futuro, y la misión de tener una parte activa en la obra de llevar a otros a los pies de aquel que cambió su vida.

Siempre estará en nuestros corazones hasta ese día glorioso en el que nos volvamos a encontrar.